miércoles, 27 de noviembre de 2013

Eliminar una violencia de género para crear otra no tiene sentido

La lucha contra la violencia de género no tiene por qué generar otro tipo de violencia de género, porque su esencia se menoscaba, tanto como su legitimidad social y política.

Los hombres y las mujeres son diferentes, no son iguales. Hemos vivido durante décadas en una cultura patriarcal en la que predomina el hombre, quien se ha impuesto a la mujer; incluyendo una sistemática e impermisible agresión tanto verbal como física. También el patriarcado ha degenerado en situaciones de desventaja económica, social y política.

Sin embargo, y aunque la búsqueda del equilibrio y la justicia aún subsisten, también es posible reconocer notables avances en países como Costa Rica. Los partidos políticos hoy buscan proponer en igualdad de condiciones tanto a hombres como a mujeres en los puestos de elección popular de mayor jerarquía, aunque en los trabajos se siga pagando menos –por trabajos similares- a las mujeres. En lo cultural ellas tienen amplias, libres y esplendorosas manifestaciones en las artes, el teatro, la literatura y el cine, por citar algunas. No obstante, aún hay menos publicaciones de escritoras y menos puestos de dirección; algunas son excelentes actrices, pero rara vez encontramos directoras de teatro, por ejemplo.

En el aspecto social es donde más dificultades encontramos, porque la conformación de una identidad femenina, independiente y que se haga a sí misma, aún está por verse en muchos aspectos. Podríamos decir que estamos en un período de transición. ¿Qué es una mujer en la actualidad? Más aún, ¿quién es una mujer, qué la caracteriza, la define, la sintetiza y le da su id natural? ¿Es la mujer la que define el feminismo moderado o el radical, la que se define a sí misma sin influencias ideológicas o teóricas, la que se sustenta en los valores sociales de siempre o la que redefine los valores a su conciencia? ¿Es la mujer la que se construye a sí misma o la que busca adquirir antiguos poderes del macho? Son muchas preguntas, todas ellas en discusión.

En Costa Rica muchas leyes han dado pasos de notable relevancia en la protección de la mujer con respecto a los hombres que preservan las detestables conductas del machismo retrógrado. También se han realizado conquistas en el campo de la protección de la niñez. Hablo de la Ley de Pensiones, de la Ley de Paternidad Responsable y por supuesto de la Ley de Violencia Doméstica. También se trabaja en prevención, educación y concientización sobre el problema. Pero sé también que aún falta por hacer.

Sin embargo, una Ley que proteja de la agresión a las mujeres no puede, de ninguna manera, pretender producir agresiones hacia los hombres como efectos secundarios o colaterales; es como crear una cura que genera otra enfermedad, y me temo que en la nueva Ley de Violencia Doméstica nos encontramos con esta situación, principalmente en lo que ha deparado su aplicación en nuestro país. Una nueva forma de injusticia se está generando y cada día más personas, hombres y mujeres, la están reconociendo, como se reconoce cuando el río suena.

En el “Día Internacional de la no violencia contra la mujer” la magistrada Zarela Villanueva reveló datos que nos deben llevar a reflexión: el casi 70% de las denuncias por violencia doméstica se quedan en nada, ni los tribunales ni la demandante hacen nada por darle seguimiento. Si a ese porcentaje le sumamos el 16% de casos sobreseídos, el total llega a un 86% de denuncias que acumulan archivos sin efecto alguno. En el 14% hay condenas, unas de culpa, otras no. Cuántos casos son en números absolutos es un dato que no fue aportado, pero podrían ser miles en todo el país. Ahora bien, las autoridades dan esta noticia con decepción, porque presumen que de esos 70% de casos todos o la mayoría son culpables. A ojo de tigre, de la manera menos científica y lógica, se presume culpabilidad sin el principio básico del Derecho de que antes se debe demostrar. En efecto, la Ley fue creada con esa presunción muy curiosa y que la Sala IV ha permitido: cuando un hombre es denunciado automáticamente recibe medidas cautelares, sin prueba alguna, solamente con el testimonio o la denuncia de la mujer. Aquí no hay testimonio masculino que valga, ni pruebas, porque ya fue condenado: su expediente, su honra e incluso su dignidad ya fue mancillada. Y también su futuro político y profesional cuando se trata de una persona seria y comprometida.

Entonces nos podríamos preguntar, ¿existe una estadística que demuestre cuántas de esas denuncias eran reales y cuántas inventadas para hacerle daño al hombre como revancha por otros casos ajenos a la agresión? Y más aún, pregunta de oro: ¿tiene oportunidad el hombre de limpiar su nombre y su dignidad en caso de una agresión no demostrada o falsa, es decir, tiene la ley un mecanismo para evitar que esa ley sea usada por oprobiosas intenciones? Así como se ha aplicado, parece que no. Este principio de aplicación de la justicia se me revela, a todas luces, como injusto y claramente inconstitucional, aunque no sea bien visto o políticamente incorrecto, y aunque muchos lo piensen, ningún político se atreva a decirlo, ni siquiera pensarlo.

Asimismo, la aplicación de la justicia deja mucho que desear en sus procedimientos y en varias situaciones que han venido provocando cada vez más:

1.      La mujer, por decisión de muchos años, le otorga a la mujer un abogado de oficio, tanto en casos de violencia doméstica como de pensión alimentaria, pero no al hombre, aunque sea pobre e ignorante, dejándolo en total indefensión.
2.       Cuando existe una medida cautelar y el hombre se acerca de nuevo a la casa, a recoger o visitar a sus hijos, está expuesto a la trampa de recibir la visita de una patrulla y ser detenido al frente de sus hijos, humillado y expuesto al escrutinio comunal, como si fuera peor que un delincuente, aunque el hombre no haya ni siquiera mencionado una palabra ofensiva. La razón: violó las medidas cautelares que nunca fueron retiradas por desidia y conveniencia. En la perrera él ya va perdiendo toda dignidad y respeto ante sus hijos.
3.       La Ley de Violencia Doméstica no protege a los menores del abuso, ni de sus padres ni de sus madres, ellos pasan a un segundo plano y son confinados a convertirse en números o elementos dentro del sistema. Ellos terminan siendo las peores víctimas de una sola decisión: culpar a un inocente porque la ley se lo permite a una mujer, con solo su testimonio y en la total indefensión del sistema judicial, que ni siquiera ayuda legal le da al hombre solamente por su sexo. El hombre en esta circunstancia no solo se siente imposibilitado de defenderse a sí mismo, sino de defender a sus hijos de la agresión, del abuso, del abandono y de la manipulación de sus madres; manipulación que todos saben se traduce en usarlos como útiles para vengarse del padre, negándoselos o condicionando a pagos abusivos (económicos y morales) el derecho a verlos. Pedir un régimen de visitas se puede volver engorroso y puede enfrentarse a dificultades por su presunto pasado agresor.
4.       La última ampliación a esta ley en la que se confiere de 6 meses a 4 años de cárcel al hombre que ofenda de palabra a su mujer ha venido dejando claro que ahora ellas pueden insultar, pegar y agredir de múltiples formas, pero el hombre solamente debe callar. El caballero solamente tiene una salida: olvidarse de su defensa propia, de sus derechos, callar y retirarse humillado.
5.       Asimismo, las leyes, en general, permiten que –de acuerdo con el procedimiento policiaco- la mujer denuncie falsamente al hombre por una agresión inexistente para echarlo de la casa, aunque esa casa sea propiedad de él, aunque esté a su nombre. Más aún cuando hay hijos, “porque los hijos son de la madre, no del padre”. Es decir, en este país quien tiene la patria potestad y se queda con los hijos –aunque ellos imploren lo contrario, si son menores claro- es la madre, lo que quiere decir que ella tiene derecho a “desposeer” al hombre de su casa. Una forma muy conveniente, en la actualidad, para que una mujer inescrupulosa termine apoderándose de los bienes de un incauto, aunque suene desagradable. Si no hay hijos, el hombre luego tendrá que realizar un proceso largo de desahucio, y si es alquilada pues simplemente dejará de pagar el alquiler y romperá el contrato. Uno podría preguntarse, ¿por qué el hombre no tiene los mismos derechos con sus hijos, por qué no el hombre preserva su propiedad para criar a sus hijos, más aún cuando se demuestra que la denuncia de agresión ha sido falsa y la mujer no tiene pruebas? ¿Por qué la mujer no es quien se va de la casa si es ella quien urge de la separación con su cónyuge? Yo tengo la respuesta: porque el hombre es el machito, el fortachón, el caballero, el proveedor, el que puede responder a cualquier injusticia, porque es hombre, porque es el macho del patriarcalismo. ¿No les parece una contradicción evidente?

No puedo yo creer ni comprender por qué la aplicación de la justicia tiene que dañar a un inocente para proteger a otro. No se puede entender que solamente por ser hombre se deba cargar con las culpas de nuestros padres o del pasado social de una nación.

La educación ha venido teniendo avances significativos en la creación de nuevos cuadros juveniles de hombres sensibles y respetuosos de la igualdad de género, y posiblemente –no sé si existe alguna estadística al respecto- sean los hombres de generaciones pasadas quienes estén perpetrando crímenes de odio y violencia contra la mujer.

Y no me mal entiendan, siempre lo reafirmo: estoy completamente de acuerdo con la existencia de una Ley de Violencia Doméstica, asumo con toda prontitud la necesidad de una, eficiente y justa, que ayude a evitar la lacra del femicidio y de toda agresión contra la mujer. 

No obstante, así como está postulada la actual y como se está aplicando, nos va quedando claro que entramos en el terreno de la discriminación, de la contradicción, del sin sentido y de la injusticia.

No podemos ser intransigentes, tampoco aflojar en la lucha por el respeto y contra la violencia en cualquiera de sus manifestaciones. Las luchas reivindicativas son indudablemente valiosas, pero no podemos permitir que algunas de esas luchas se vistan de revancha de género, de nuevas formas de injusticia.

Asimismo, este país debe retomar la protección de los menores y legislar por protegerlos contra padres sin escrúpulos que los usan para su beneficio, además del reconocido abandono y maltrato. Pero ese ya es otro tema.

Artículo completo en http://debrus.ticoblogger.com 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El mito quepodría decidir las elecciones: "De por sí Araya ya ganó".

En la política nadie lee, nadie entiende mucho, pero muchos votantes leen títulos y escuchan esas expresiones populares que rondan los parques, las calles, los lugares de trabajo, la familia. Hablo de que mucha gente atiende a los mitos políticos, a los que atiende como si fueran razones, como si esas fueran las razones para decidir el voto. (Al respecto ver este artículo sobre "Los tipos de votantes en Costa Rica").

Un mito es algo muy sencillo: se trata de mentiras o falacias que de tanto repetirse terminan siendo consideradas verdad o realidad incuestionable. Aún cuando eso les provoque daño. Por ejemplo, de tanto decirlo todas las personas dicen que es imposible que caiga un rayo en el mismo lugar dos veces, pero es falso, sí puede suceder

En otro artículo -que se hizo viral en redes sociales y fue visitado por más de 50 mil personas en dos publicaciones, una en este blog y otra en Culturacr.net-, me referí al mito de los "comunistas comeniños" que aún persiste en Costa Rica. 

En esta ocasión me referiré a uno más grave aún: "de por sí Araya va a ganar las elecciones". Esta frase o muchas parecidas se han venido reproduciendo masivamente en toda Costa Rica. Este es el mito que ganará las elecciones, si algo no sucede en las campañas de los partidos opositores, principalmente de quienes están más cerca del contendor liberacionista.

Como han demostrado analistas y politólogos, así como estadísticos, esta frase tiene un solo efecto: aumentar el abstencionismo, incluso entre quienes ven en Araya un pésimo candidato. Y el abstencionismo beneficia a Araya, porque entonces el número de votos que necesitará para alcanzar el 40% en primera ronda será menor. Si menos personas votan, menor será el 40% del total de votos emitidos.

Ahora bien, lo peor de este mito es que nace en la misma oposición; normalmente producto del desencanto con encuestas, con la interpretación y manipulación mediática en algunos casos, así como en la desconfianza de la capacidad intelectual del costarricense a la hora de decidir su voto.

Sin embargo, la actitud que podría esperarse de la oposición debería ser más optimista y, sobre todo, más esforzada hacia lograr objetivos. Una oposición derrotada desde antes es una oposición además fácil de vencer.

Y ojo con esto, que se trata de tragar el anzuelo precisamente de quienes interpretan las encuestas y hacen proyecciones de las encuestas: "Araya y el PLN tienen una intención de voto entre 23-26% del total del padrón (100%), contemplando el margen de error según la Encuesta de hoy de Borge en el Diario Extra. Cuando se dice que tiene un 50,1% se calcula sobre los que ya tienen candidato, lo cual induce al error, error que también se repite para el dato de Villalta (19,1%) y Guevara (19,1%). Esos porcentajes serían posibles si en febreo tuvieramos un 50% de abstencionismo", como bien explica el politólogo Claudio Alpízar.

La mayor distorsión en las encuestas no que sean falsas o inventadas, como algunos afirman todavía, sino del cómo se proyectan sus resultados, interesante explicación que realiza el estadístico Polo Barrionuevo en esta entrevista con Culturacr.net.

Pero ahí no termina la cosa: lo más peligroso es que ese mito ya alcanzó al medio popular, es decir, a esos que deciden elecciones y no participan de las redes sociales, a esos que no entienden nada de interpretaciones ni proyecciones ni encuestas. 

Otro factor que ha extendido el mito es el desencanto de una oposición dividida, hay demasiados candidatos y la gente no tiene interés en conocerlos, y como la mayoría de ellos están lejos de Araya según las encuestas, el decir popular es "¿para qué votar entonces? Es perder el voto de todas formas, si Araya va a ganar, o sea, es mejor evitar la fatiga". 

Para la gente no valdrá la pena votar, porque además "todos los políticos son iguales". No obstante, ellos no saben, ni hay partido político alguno que haya educado en lo contrario, que el no votar es una forma de legitimar que siga sucediendo lo mismo, es decir, de darles permiso a los mismos de que sigan haciendo lo mismo. Y la gente tampoco sabe que NO votar en esta elección es casi como votar por Araya.

Si la oposición quiere tener alguna oportunidad en estas elecciones necesitará, además de una alianza en la recta final, de romper con este mito de una sola vez, antes de que sea imposible de parar, y ya sea demasiado tarde. Por ahora, el mito está cumpliendo su función.

¿La solución? Se necesita direccionar las campañas proselitistas y publicitarias, se ocupa educar a la gente sobre conceptos básicos de las encuestas, pero ante todo, urge motivar sobre el optimismo.

Actualizado: miércoles 6 de noviembre, 6 pm.
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