viernes, 28 de junio de 2013

La reina Chinche y su soledad acompañada (relato)

La reina Chinche y su soledad acompañada *

-No voy a tolerar que nadie me insulte ni me falte más el respeto -vociferó iracunda la reina Chinche, mientras en sus ojos se reflejaba un vacío de significados. Giró de repente y se retiró dejando su característico hedor tras de sí.

El Secretario de Comunicación se encargó de darle forma a la directriz, satisfecho porque él también venía sintiéndose indignado antes los constantes maltratos verbales y el rechazo popular hacia la reina. "Cómo es posible que se haya perdido la decencia y el respeto por la autoridad en aquel reino", se decía a sí mismo, mientras ordenaba las ideas en su mente.

Afuera el pueblo había osado, incluso, ponerse máscaras anónimas para evitar el tufo que cada día se desprendía más del castillo de la reina Chinche. Los rótulos de protesta se dejaban decir "Somos legión, no olvidamos".

Previas cornetas y desfile de arqueros y personalidades de la nobleza del castillo, se anunció la medida. Y todos quedaron en silencio por unos segundos, pero poco a poco, en un ascenso inevitable, se vinieron las carcajadas desaforadas, irreverentes y punzantes para el ego de la reina. Sus Secretarios quisieron asesorarla una y otra vez, pero cada medida que había aplicado era cada día más molesta y más desastrosa. Y con ello, el mal olor aumentaba, aparentemente de manera irreversible.

Ahora el ridículo había calado hondo en las entrañas de la reina y sus autoridades cercanas. Y nadie sabía qué hacer; ya habían pagado millones en oro robado a los ciudadanos para poner dibujos lindos de la reina en todas partes, pero aparecían manchados y sucios, la gente les tiraba tomates, huevos y excrementos de animales incluso. El irrespeto había calado hondo.

El pueblo se lo había advertido: "ya no aguantamos más corrupción de la corte", pero el despilfarro, los lujos, la corrupción y el descaro entre los nobles, salía de todo lado, cada vez más frecuente y cada vez más irritante; entonces la peste de la reina Chinche aumentaba. Pero ella no escuchaba a nadie y prefería meterse en sus aposentos a llorar amargamente, no atendía a nadie, ni se dejaba ver, cada día tenía más guardas de la corte alrededor, y cuando ella pasaba por algún lugar -incluso dentro de la misma corte- la gente le daba la espalda para no contagiarse de la pestilencia.

Ya no soportaba más las ofensas y decidió que demandaría a cada uno de ellos, así lo decidió y mantuvo a pesar de las carcajadas irónicas de la gente. Al día siguiente, como si la palabra ridículo ya no tuviera significado, la reina empezó su cadena de demandas con un plebeyo. Lo que ella no esperaba es que afuera de los tribunales, con máscaras y al unísono, miles de plebeyos gritaron sin contemplación todo tipo de improperios, insultos y contaron chistes, se rieron y burlaron hasta la saciedad.

Un día, como corolario, una gran mayoría del pueblo firmó una demanda colectiva contra ella y ese fue el momento en que ya ni los más cercanos podían aguantar el hedor, y ni los más caros perfumes y la más bella indumentaria de los reinos del mundo, pudieron disimular un poco el pesado ambiente del castillo. Muchos de su propia corte quisieron separarse de ella y empezaron a hablar mal de ella con el pueblo, empezaron a separarse y criticarla, pero ella no los demandó, les tenía una deuda de gratitud. Ella prefirió seguir sola y mal acompañada.

Sin embargo, a pesar de esta enésima lección la reina Chinche, dentro de sus aposentos y entre gruesas lágrimas de desesperación, seguía planeando cómo desoír a su pueblo y seguía firmando y apoyando los proyectos que los nobles le traían para que firmara.

-Es para el desarrollo y el progreso del reino -le decían. Y ella lo creía, siempre les creyó, desde que una vez el noble más rico y de mayor influencia -que ya había sido rey una vez- le dijo que podía ser reina. Cuando la nombraron reina, ella siguió creyendo en la nobleza y siguió agradeciéndole su apoyo, por eso no podía pensar jamás que esos proyectos fueran malos, aunque el pueblo gritaba furibundo que al final ellos tendrían que pagar con su sudor y su sangre los trabajos necesarios para lograrlos, y que el beneficio siempre iba a las arcas de la nobleza. Pero ella no entendía, porque después de todo, su papi también era parte de esa nobleza, una figura de respeto de la corte.

La reina Chinche apestó hasta el último día de su reinado, porque de todas formas el pueblo tampoco tenía valor para actuar con mayor decisión y con burlarse, carcajearse y contar los días para el fin del reinado, se conformó.

Hasta el final, la reina Chinche quedó solo y muy mal acompañada, porque nunca quiso escuchar a la gente, la real, la de afuera, no la de su mundo cortesano de cristal. Quedó sola por todo lado, pero más sola quedó adentro, porque a quienes protegió siempre estuvieron dispuestos a darle la espalda, y a quienes jodió terminaron siendo legión, nunca olvidaron.

La reina Chinche -así terminó llamándole su pueblo- tenía un nombre, pero en este cuento no es posible decirlo, porque ella amenazó con demandar a quien afectara su honra y la insultara. No vaya a creer ella que este cuento es cierto y se refiere a ella, podría entonces demandar al autor.

Dicen que un día caminaba por un país lejano y le preguntaron quién era, ella respondió:

-La más sola y terca que haya nacido en un reinado al que ya no quiero volver.

*Este es un relato de ficción, cualquier parecido con la realidad es producto de su imaginación.
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