sábado, 21 de febrero de 2015

Cómo se construyen los mitos que destruyen gobiernos

No todos tenemos claro el concepto de "mito" en la política. Muchos asocian la palabra con aquello de "mitos y leyendas" de la secundaria -y que nunca no enseñaron bien ni tuvimos interés de aprender-, otros piensan en algo místico o mítico, pero imagina cosas misteriosas. Pero no, no es nada de eso, se trata de construcciones sociales que se repiten con el tiempo y terminan siendo, aunque no lo sean, verdades aceptadas por el pueblo.

El DRAE tiene varias acepciones, una de ellas se refiere a la del "Cole": "narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico", así como la que lo define como una "persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen", así como un personaje o historia "que condensa alguna realidad humana de significación universal". Ahora bien, en las Ciencias Sociales un mito se define más por una construcción social. Un ejemplo sencillo es aquello que la gente reproduce con tanta facilidad y tantas veces a través del tiempo, que termina convirtiéndose en una verdad irrefutable. Por ejemplo, un mito conocido en Costa Rica es que el huevo de tortuga es afrodisiaco. Eso convirtió el negocio de los huevos de tortuga en algo rampante y luego puso a esos extraordinarios seres vivos en extinción. Pero NO es cierto, el huevo de tortuga no es afrodisiaco y ni siquiera tiene más proteínas que un huevo de gallina corriente.

Pues bien, eso pasa en política. Y cada vez más a menudo, porque los mercaderes de la política y los estrategas de los partidos políticos han aprendido aquella máxima nazi: "miente miente que algo queda".

En política es relativamente fácil construir un mito, aunque sea un mito temporal, si se tiene el favor de los medios de comunicación y se tienen recursos para manipular redes sociales como el Facebook. Y la forma más fácil de lograr eso es creando polémica contra el gobierno, aunque sea de una insensatez, pero que revista de cierta veracidad y logre contradecir la propuesta gubernamental. No obstante, también se logra creando un poco de circo y espectáculo, y todo se hace raudo y fácil cuando los medios y la gente tienen arraigo con ese deporte que es la crítica per se al gobierno; es decir, el hábito de los ciudadanos de culpar al gobierno por todo, aunque sea culpa del Estado o culpa de las instuticiones, o incluso aunque sea culpa de la misma ciudadanía. Siempre será fácil desplazar las culpas para no enfrentarlas y todo gobierno sabe que tarde o temprano será víctima de esa rutina en la opinión pública.

Un ejemplo fácil: opositores y troles -pagados o no- al actual gobierno de Luis Guillermo Solís construyeron una historia de supuesta "falta de idoneidad, nepotismo y especies afines" de varios jóvenes veinteañeros que trabajan en Casa Presidencial. Para ello se apropiaron de una ligereza web que los ponía con jefatura y altos cargos, primero anunciando que ni tenían títulos universitarios. Como en campaña el ahora Presidente anunció que escogerían a los mejores y más capacitados, eso generó en principio una masiva reproducción del contenido, incluyendo a políticos de vieja data como Emilio Bruce (ex-presidente de la Fischel en el marco del polémico Caso Caja-Fischel, quien fuera implicado y luego sobreseído por esa causa) y, por supuesto, los foros de Facebook, que se han convertido en el espacio perfecto para poner a hervir mentiras, falacias y engaños de todo tipo, normalmente ilustradas con el ingenio de los memes. El punto es que en dos días algo que parecía intrascendente, pronto tuvo eco de parte de la prensa, incluyendo por supuesto al reproductor de chismes de Facebook y "videos interesantes", Crhoy.com, y luego a La Nación, entre otros. Y eso ya lo hizo viral.

Luego el gobierno aclaró, a medias, como que si y como que no, a media verdad entre la mentira y la falacia -como parece funcionar comunicación en Casa Presidencial y de lo que se siguen aprovechando otros-, pero ya era tarde, muy tarde. Cuando unos pocos sabían que los puestos de los muchachos son de confianza, que estaban en regla -ética y legalmente- y tenían capacidades demostradas, graduados con honores y otras calificaciones apropiadas según lo que el Presidente pudiera necesitar para un puesto de confianza, la mayoría de la gente ya estaba calificando de argollas, nepotismo y otros epítetos desvalorizados en este contexto. Ya estaba construido el mito y haciendo el daño para el que fue ideado: mermar la ya de por sí escuálida imagen del Presidente Solís.

Si el mito no se combate a tiempo, en cuestión de horas, entre las redes sociales y los medios de comunicación pueden convertirlo en una verdad que, finalmente, quede en el ideario de reproches que almacena la gente contra un gobierno. Esa se supone es la labor del monitoreo de redes y medios en Casa Presidencial y de aquello relacionado con la Comunicación en ese despacho principal del gobierno.

Los mitos políticos sirven para desprestigiar. Construirlos es una labor de proselitistas (ahora conocidos como pegabanderas o troles), pero idearlos es cosa de estrategas electorales, que usan a las ovejas del redil para afectar el trabajo de otros, esos otros que atentan o podrían atentar contra los intereses que defienden esos estrategas. Es decir, el mito es un arma de los grupos de interés contra el gobierno.

Las redes sociales vinieron a favorecer la democracia en la comunicación, pero también han permitido la creación de mitos gracias a la rápida diseminación de los contenidos maliciosos, controversiales o sensacionalistas de las páginas que se dedican a eso, incluyendo medios de comunicación, así como las imágenes con contenido hilarante o irónico mejor conocidas como "memes".

El mito de los jóvenes asesores de Presidencia pareciera temporal y lo será en cuanto algunos dicen que en Costa Rica no hay espectáculo que dure más de 3 días, sin embargo, estos mitos van quedando en la imaginería colectiva de las personas y más temprano que tarde serán reproducidos de nuevo para mermar la imagen no solo del Presidente Solís, sino del partido de gobierno, en sus lógicas aspiraciones por reelegirse en el 2018. Asimismo, esos mitos se convierten en insumos y caldos de cultivo para las futuras campañas electorales: las municipales del 2016 y las nacionales de 2018.

En efecto, la gran labor actual de los estrategas electorales, consciente o inconscientemente, en este tiempo, no es solamente crear los mitos, sino además lograr que se mantengan por lo menos esos "tres días de fama". Ahora bien, ustedes dirán: "este anda en los terrenos de las teorías de la conspiración". Pero no, el asunto es que todo esto no se da de manera institucionalizada, sino como una conducta genérica del Zoon politikon, de ese animal político que huele, es decir, tiene intuición -además de teorías y estadísticas- para detectar por dónde va el camino de la política y de los intereses que se distribuyen en su longitud. Las actuaciones de los estrategas (que también pueden ser líderes o simples proselitistas) usualmente se hacen de oficio, quiero decir: por definición, porque están acostumbrados y conocen bien la dinámica de lo político. Y para eso no es necesario hablar de teorías conspiracionistas, sino de tendencias partidarias, ideológicas y, principalmente, de intereses preconcebidos.

En este panorama el espectador (lector o ciudadano) es víctima en la medida que no tiene armas para discenir cuándo se trata de una manipulación o de una historia real basada en datos y criterios irrefutables (aunque todos lo sean), sino que sigue como oveja lo que los medios o las redes sociales reproducen como verdad. Algunos no necesitan discernir, porque no quieren, porque están esperando estos contenidos para hacer la cadena con gusto por razones personales, partidarias o ideológicas, otros no pueden porque no tiene la base educacional, de criterio propio y real capacidad crítica para hacerlo, pero también están quienes no quieren discernir porque su deporte es la crítica, el chisme, la hipercrítica y el berreo.

Finalmente, es claro que un pueblo educado que sabe discernir no es víctima de mitos con mucha frecuencia, excepto que lo quiera.

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